Mr. Holmes (2015)

Ian McKellen me cae bien. ¿No conocéis gente que, de manera instintiva, os parece perfecta para ir a tomar una caña? ¿O para contarle vuestro más oscuro secreto o más ridículo miedo? Pues a mí me pasa eso con Ian McKellen. Que no es Ian McKellen, es SIR Ian McKellen (tiene más enjundia, entendedlo). En parte es el porte inglés —me pasa igual con Benedict Cumberbatch—, su activismo desenfadado y con buen rollo a favor de la comunidad  homosexual o que se declare ateo. Por supuesto, es un actorazo como la copa de un pino. Tiene unas fotos muy divertidas en su Instagram. Y viste genial para un señor de setenta y ocho años. ¿Veis? Lo tiene todo.

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En 1947, Holmes vive retirado en una remota granja de Sussex con un ama de llaves y el hijo de ésta. Cumplidos los 93 años, su memoria y su capacidad intelectual empiezan a deteriorarse. Su rutinaria vida se limita al cuidado de su colmena, a la escritura de su diario y a la lucha contra su pérdida de facultades. De repente, se le presenta un caso desconocido hasta el momento.

Si a Ian McKellen (perdón, Sir Ian McKellen) le sumamos el mayor detective clásico de la historia y el más querido por mí, ver Mr. Holmes es obligatorio. La cuestión es que esta película solo tiene un punto fuerte: la actuación de McKellen. Está soberbio. Un Holmes en tres periodos diferentes, con tres tramas que se entrelazan: el presente donde Holmes está sufriendo un problema severo de pérdida de memoria, además de otros achaques de la edad; la investigación que llevó a cabo en el caso que Watson describió como «el misterio de la mujer de la chaqueta gris»; y un viaje a Japón buscando unas semillas que espera que le ayuden a mejorar sus capacidades. En todos ellos vemos a un Holmes adulto, que ya no dispone de la energía que le caracterizaba en las novelas de Doyle, pero que se aferra con uñas y dientes a su capacidad mental, lo único que parece que le interesa del mundo, más allá de su gente.

McKellen engrandece este papel en cada plano. Su actuación es serena, exenta de grandilocuencia. No resulta exagerado pero aún así consigue destacar. No es esta la primera película donde un actor destaca sobre lo demás —me viene a la mente el trabajo de Daniel Day-Lewis en Lincoln, o el magnífico reparto femenino de la, por otra parte, tediosa Agosto—.

Pero si la cuestión es si una película se puede sostener tan solo en el trabajo actoral, la respuesta es negativa. Incluso en ejercicios visuales como Dogville, de Lars von Trier, donde los decorados se han sustituido por rayas pintadas a tiza en el suelo, es necesario un trabajo de dirección que ayude a destacar este elemento pero mantenga la coherencia con lo demás. Bill Condon, aunque correcto, no consigue llevar esta suerte de biografía ficticia a ningún esplendor, y como espectador el interés por conocer la suerte que correrá Holmes no será grande. Logra recrear los ambientes, tanto  el urbano londinense como la campiña inglesa —menos éxito tiene con el país nipón—, pero tampoco lo define lo suficiente como para saber si es Londres o cualquier otra capital europea de la época.

Tal vez el problema radica en que el guión no logra señalar con suficiente fuerza por qué los sucesos pasados influyen en el Holmes actual, cómo le obligaron a cambiar su postura respecto a ciertos temas para definir un Sherlock en el que el miedo asoma la cabeza por encima de su capacidad de raciocinio.

Si queréis ver una gran actuación —soportada por la estupenda Laura Linney en un papel no lo suficientemente explicado y un joven Milo Parker que conecta estupendamente con McKellen— no duréis en dedicar un rato a esta producción. Interesante, pero dista mucho de ser una película redonda.

¿Qué otras adaptaciones de Holmes podéis recordar? ¿Con cuál os quedaríais? Tenéis los comentarios a vuestra disposición. 

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