El gran carnaval (1951)

¿Soléis ir a la caza y captura del tesoro? Porque yo hace unas semanas encontré un puesto en un mercadillo que vendía joyas clásicas del cine a un euro. Y sólo me llevé ocho. Porque no llevaba dinero y tuve que pedirlo prestado.

No estoy preparado para la vida, lo sé.

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Charles Tatum es un periodista sin escrúpulos que atraviesa una mala racha a causa de su adicción al alcohol, razón por la que se ha visto obligado a trabajar en un pequeño diario de Nuevo México. Cuando un minero indio se queda atrapado en un túnel, Tatum ve la oportunidad de volver a triunfar en el mundo del periodismo. Entonces, en connivencia con el sheriff del pueblo, no sólo convierte el caso en un espectáculo, sino que, además, retrasa cuanto puede el rescate.

Tengo que volver a revisar la filmografía de Billy Wilder. Ya sabía que no era así, pero en mi mente era ese enorme cineasta que hacía comedia con tintes sociales. Comedia. No se puede estar más equivocado y, al mismo tiempo, ser más feliz por haberme equivocado. Pero tan solo un año después de Sunset Boulevard (aquí El crepúsculo de los dioses. No sé cuándo, pero tengo que volver a verla y hablar de ella aquí. Pronto. Me lo apunto), llega esta joya que, aunque a nivel de realización no corte la respiración bajo los estándares actuales, es una patada en la boca.

Sí, una patada en la boca. Cuantas más películas clásicas reviso o veo por primera vez, más me doy cuenta de que ciertos temas no pasan de modo. Aún peor: ciertos temas no se solucionan. El gran carnaval escupe en esa horda de periodistas que manipulan con tal de aumentar su volumen de lectores, que no temen expresar las cosas no como son, sino como debieran ser, como creen que quieren ser escuchadas.

Estamos hartos, yo lo estoy, de ver titulares llamativos, patrocinados en un gran número de ocasiones. De oír que el sector del periodismo se ahoga, se cierran periódicos, se hacen EREs y la profesión parece denostada. Pero es la pescadilla que se muerde la cola: intentos poco dignos de reducir costes a través de una escritura sin corrección, sin contrastar, aumentando los artículos pagados para mejorar la imagen de empresas y administraciones, vetando el acceso a la información mediante bloqueos para quien quiere estar informado y no sufrir el acose de banners y emplazamientos publicitarios.

Ya en 1951 esto no tenia nada de novedoso. Bueno, sí: no había internet. Pero Chuck Tatum ya se inventaba historias que no solo humillaban a la profesión de la prensa, con un comportamiento falto de cualquier ética, sino que arrastraban consigo a una horda de curiosos, de oportunistas dispuestos a sacarle jugo a la desgracia ajena sin dudarlo ni un segundo.

El gran carnaval es un escaparate de desvergonzados a los que Wilder, en un ataque de justicia divina, no deja sin su castigo. Pero no nos engañemos: en la vida real esto no sería así, y hasta el director lo sabe. Aunque, como bien dice por boca del periodista estrella:

Se está muriendo ese chico. Y eso no es bueno para mi historia. Éstos casos deben tener un final feliz para satisfacer la curiosidad humana. Cuando has conseguido exaltar a la gente no puedes nunca defraudarla.

Sí. Un hombre se está muriendo atrapado en una mina —a la que ha entrado desoyendo el consejo de todo el mundo e impulsado por su egoísta ambición, no perdamos de vista que tampoco es un inocente— y esa noticia en una tierra vacía se convierte en algo único, aprovechable de lo que todos pueden sacar tajada. La película está al servicio de las más bajas pasiones: odio, egoísmo, maldad encubierta de necesidad…

Pero ahí, en ese espacio, también hay cabida para personas nobles. Atención al plano, casi al final del metraje, del padre del hombre aprisionado: difícil será encontrar mejor símbolo de la honestidad, el sufrimiento de quien sabe que el final estaba ya anunciado.

También me gustaría llamar la atención sobre los carteles promocionales: el primero es el que tengo yo como carátula del DVD, y el segundo es el cartel original, que hoy sería denunciado por maltrato y apología de la violencia de género —y no andarían muy mal encaminados quienes optaran por ello—. Quede ahí a modo de curiosidad y de que, con suerte, los tiempos están cambiando.

Al menos más que en el mundo del periodismo. O eso esperamos.

—Pues tendrá que volver a escribirlo.
—Ni hablar. Esta es la mejor manera de contarlo y así seguiré. Esto es lo que le gusta a la gente leer en el periódico y yo voy a dárselo.

Y vosotros, ¿Habéis visto El gran carnaval? ¿Por qué parece que todas las películas sobre el periodismo están orientadas a criticar su trabajo? O tal vez no, si atendemos a algunas como esta.  

 

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