Academia Rushmore (1998)

La lista de películas de Wes Anderson que me quedan por ver está casi reducida a cero. Después de Academia Rushmore solo faltaría Bottle Rocket. Si consigo encontrar una copia compatible con mi reproductor, algo que de momento no ha sucedido y que me está amargando la vida. (Acepto enlaces o lo que sea si sabéis cómo puedo verla).

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Max Fisher (Jason Schwartzman), un alumno de Rushmore, una de las escuelas más prestigiosas del país, es el editor del periódico escolar y el capitán y presidente de numerosos clubs y sociedades; pero también es un pésimo estudiante que está siempre al borde de la expulsión. Max se enamora de Miss Cross (Olivia Williams), una joven y encantadora profesora, pero su cortejo peligra porque el señor Blume (Bill Murray), padre de dos compañeros de clase, intenta también conquistarla.

Lo raro de haber visto la filmografía de Anderson en orden inverso es encontrar las raíces de sus características como director y descubrir cómo las ha ido depurando con los años. Tampoco nos llevemos a engaños: en Academia Rushmore ya están todos esos elementos que hacen de su cine algo tan acogedor por conocido, tan incómodo por rompedor. Una banda sonora de grupos de la nueva invasión británica que tocan temas a media cocción, como a media cocción está Max Fisher, el protagonista de quince años con el que nos encariñamos y odiamos a partes iguales.

También están esos planos estáticos dominados por la geometría —pero menos, mucho menos que en obras posteriores como Moonrise Kingdom donde la lleva a límites casi extremos—, esas interpretaciones que son terriblemente inexpresivas pero que lo dicen todo con el mínimo gesto. Ahí está Bill Murray, grandioso, ocupando la escena desde un rincón, jugando a aparecer y desaparecer de la trama como si se encontrara con el plató por casualidad pero sabiendo bien dónde está su lugar. También está un joven, muy joven Jason Schwartzman (con dieciocho años) que está casi irreconocible en comparación con el papel de hijo —siempre hijo, siempre la familia por medio— en Viaje a Darjeeling.

En Academia Rushmore Anderson da rienda suelta, como siempre, a sus preocupaciones. Max es un joven muy particular: inmerso en mil y un proyectos, en clubes de las materias más extrañas, es un representante de un movimiento que ha surgido con fuerza en los últimos años, lo que se ha dado por llamar «multipasión»: ¿Por qué tenemos que rebajarnos a trabajar en una sola área, en una sola materia, sin abrir nuestras miras a nuevos territorios que se entrecruzan o no? Esas ganas de explorar diferentes vías son también el sello de la adolescencia, que Anderson retrata como una era de inmediatez, de enorme pasión y, por tanto, de terribles desencantos que nos sumergen en la oscuridad más absoluta. ¿Quién no recuerda el primer desamor con más intensidad que el primer amor?

Como contrapunto al joven, como alter ego tenemos a Murray, que evoluciona de adulto momificado a hombre adulto que permite esos mismos cambios, que toma riesgos y deja que parte de su joven yo renazca, hasta un extremo ridículo –como la lucha entre ambos por barrer del escenario a su contrincante amoroso—.

Hay aspectos que vistos desde una perspectiva más moderna —no olvidemos que han pasado veinte años— resultan chocantes. La devoción que Max siente por la profesora de literatura está muy cerca del acoso. Muy cerca es casi eufemístico: se le podría denunciar y encarcelar por mucho menos. ¿Es aceptable esa actitud en un adolescente, cegado por las hormonas? Yo creo que no. Es lo único de la película que me ha sacado de contexto y me ha hecho perder un poco la fe en Anderson.

Dejando de lado ese aspecto, Academia Rushmore es también cuna de numerosos clichés: el triunfo del amor sobre la lucha en una representación teatral de la guerra de Vietnam, el ambiente estereotipado de los centros educativos privados, donde se ve que el dinero abre caminos que los conocimientos no pueden alcanzar y que los poderosos son, sin duda, una raza privilegiada.

También llama la atención el momento de lucha por mantener una lengua muerta, el latín, en el programa educativo: no deberíamos cerrarnos al pasado, a lo que nos aportó —ya sea bueno o malo—.

Academia Rushmore no es una película de tono fácil: tiene momentos divertidos, pero la melancolía y el drama los superan con facilidad. No es eso que tanto me gusta: una película de sonrisa perpetua. Pero muestra de forma clara dónde están las raíces de un director tan particular y tan identificable.

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