Kingsman. Servicio secreto (2014)

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Dejemos atrás los Oscar. Las biografías tristes y deprimentes de gente con un final casi siempre trágico. Vamos, por fin, a ver una chorrada al cine, que falta nos hace después de dos meses de frenéticos visionados kleenex en mano.

La receta es la siguiente: coje un poquito de James Bond, sobre todo la parte de la flema inglesa; mézclalo con algunas lecciones de parkour de Yamakasi; añádele la dosis justa de espionaje de Red, las secuencias de acción frescas y delirantes de Guy Ritchie en Sherlock Holmes –Si no habéis visto Snatch: cerdos y diamantes, no sé a qué os habéis dedicado toda vuestra vida– y un histriónico final como el de V de Vendetta. Poco más o menos, habréis conseguido la fórmula de Kingsman.

Yo pensaba que me iba a reir, pero más bien poco. Alguna sonrisilla tímida cuando me ha dado la flojera. Pero los ojos como platos no me los ha quitado nadie en el último tercio. Mark Millar y Dave Gibbons, los autores del cómic en el que se basa la película, tienen un problema muy serio con el mundo y con los gobernantes. Deberían hacérselo mirar.

Me encanta Samuel L. Jackson. Hace lo que quiere, cecea, se pone esas gorras que tanto le molan y esa ropa hortera con collares hawaianos encima de sudaderas y encima le pagan. Y Sofia Boutella –conocida por éxitos como Street Dance 2 y poco más– es una mala malísima maravillosa, con sus piernas-cuchillas y su tendencia a cortar extremidades sin mancharse ni un poquito el inmaculado traje negro.

En fin, que para pasar el rato bien. Y como es lo que quería, misión cumplida.

Por cierto y en lo personal: tenía sentada detrás una chica que relataba en voz alta todo lo que pasaba en la pantalla para que su pareja le confirmara que lo estaba entendiendo bien. Menos mal que esto no era Shakespeare, porque le hubiera estallado el cerebro. Cabezas estallando… bien, bien. Me ha quedado una reseña redonda.

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