What we do in the shadows (2014)

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 El que está en la imagen es Deacon, un vampiro joven y rebelde de 183 años de edad, practicando un baile erótico. En serio.

Lo que hacemos en las sombras (What we do in the shadows) es… es la reinvención del género de vampiros mezclada con Modern Family, por lo de mockumentery y tal. Por lo de falso documental, para los puristas de escribir en castellano.

Como la película no está estrenada –está prevista para junio de 2015, pero ya se verá– aunque se proyectó el año pasado en el Festival de Sitges y encima ganó el Premio del público, que es, a fin de cuentas, el que manda, por mucho que los críticos quieran imbuir las películas de cierta superioridad moral, cosa que aquí les resultaría imposible, os voy a poner un poco en situación.

Tenemos a cuatro vampiros que son compañeros de piso en Nueva Zelanda: Deacon, del que ya os he hablado; Viago, un vampiro del Siglo XVIII y 379 años muy amanerado y de abundantes chorreras y encajes en las camisas, obsesionado porque alguien limpie la vajilla y barra los restos de columnas vertebrales del suelo; Vladislav, un vampiro de 872 años de la Edad Media que sufrió un terrible desengaño amoroso a manos de La Bestia y que considera la tortura un hermoso pasatiempo; y Petyr, un vampiro antiquísimo de vete tú a saber cuántos años, caracterizado al más puro estilo de Max Schreck en Nosferatu, nada hablador y que come gallinas cuando no hay algo más humano a mano. A lo largo de la película se les une Nick, un neófito sin ningún respeto por las milenarias normas vampíricas que les introduce en el siempre fasciante mundo de Internet, los vídeos de amaneceres en You Tube y las conversaciones por Skype.

Estos cinco individuos, por llamarles de alguna forma, están siendo grabados por un equipo de televisión interesado por conocer sus hábitos durante unos meses, con una gran culminación en el Baile de la mascarada diabólica, organizado por la asociación de vampiros de Wellington, en colaboración con el club de brujas y la sociedad de zombis. Un evento por todo lo alto al que no se puede, bajo ninguna excusa, faltar. ningún no vivo.

Lo que hacemos en las sombras es… es un despropósito absoluto, pero te ríes mucho. Hace acopio de todos los clichés de los vampiros –la plata, el ajo, que no se reflejen en los espejos, su odio acérrimo a los hombres lobo…– y convierten cada uno de ellos en un pequeño sketch que se suma a los demás para conformar la película que, por otra parte, tampoco es que tenga mucho argumento más allá de que cuatro vampiros puedan convivir en cierto clima de concordia. Que tampoco está mal porque, vamos a ver, no sé a cuántos compañeros de piso conocéis que se lleven tan bien y tengan tan pocas discusiones (y las solucionen tan amigablemente) como estos. Yo, lo que se dice yo, muy pocos.

Mención aparte merecen la manada de hombres lobo, que parece un grupo de autoayuda esforzándose en dejar de ser unos salvajes malhablados que buscan la corrección lingüística por encima todo. Un propósito muy encomiable, todo hay que decirlo. Guardan cierto parecido con los tiburones de Buscando a Nemo, aunque con aires de corks recién salidos de un pub irlandés.

Mención especial para Stu, el amigo de Nick, que sigue siendo amigo de Nick después de que éste se transforme en vampiro y que es un ejemplo para todos nosotros de una mentalidad zen capaz de adaptarse a cualquier cosa bizarra que le pongan por delante. ¿Que le llevan a una fiesta donde todos quieren comérselo? Pues nada, ahí está Stu, impertérrito, explicando su trabajo en una empresa de ordenadores. ¡Bien por Stu! Eres mi ejemplo en la vida.

En fin, que dos de los protagonistas son también los guionistas y los directores, Taika Cohen y Jemain Clement, que no creo que os suenen mucho, a no ser que seáis de Nueva Zelanda, donde deben de ser una auténtica autoridad. Podéis deducir que el presupuesto no ha sido muy alto, pero aún así se las apañan bastante bien con los efectos especiales y no hay nada que dé especialmente el cante, lo que demuestra que el ingenio supera al dinero (Hollywood, ¡toma nota!).

La película podéis localizarla por los canales no oficiales en inglés subtitulada al castellano, aunque se entiende de maravilla, sobre todo a los vampiros más ancianos porque hablan muuuuy despacio y con un ligero ceceo que, creo, pretende emular el acento rumano de Transilvania. O será que les ha parecido exótico, o divertido, o qué sé yo. Pero te ríes. Y ya he comentado por este blog que si una película que pretende divertir hace que te rías, aunque sea un poco, no hace falta ni argumento, ni desarrollo de personajes, ni nada de nada. Así de simple soy.

Por cierto, ir vestido de Blade a una reunión de vampiros se considera muy poco apropiado. Por si no se os había ocurrido a vosotros solitos. Que yo apuesto por que sí. Pero os lo digo por si acaso.

 

 

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