Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014)

¿Qué vemos hoy? No sé, elige tú. No, elige tú mejor, que la semana semana pasada elegí yo y ya ves. ¿Vamos a ver Tomorrowland? (risas) También hay una de Kevin Costner. (más risas) ¿Qué más dan? Pues hay varias comedias inglesas y francesas. A ver, déjame la cartelera. Oye, ¿Y está? Me suena haber leído alguna crítica en el periódico que la ponía bien. ¿Con ese título? Oye, yo qué sé, yo te digo lo que he leído. Vale, pues vamos. 

Y así es como dos personas acaban en una sala de cine para ver Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia. En versión original subtitulada, para más señas. Es decir: en sueco. El sueco como que no lo llevamos, ni bien ni mal.

El título debería haber funcionado como señal de peligro.

Pero no.

Debe ser que somos un poco masoquistas.

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Una paloma… (aún no sé cómo voy a tuitear esta entrada) es una película cuando menos tristona. Tristona porque la pareja protagonista —por decir algo, aunque sería más correcto indicar «la pareja que más aparece en el metraje»— son dos cincuentones de cara pálida pintada con algún emplaste blanco, de andares lentos que te incitan a tener ganas de darles una buena patada en el culo, a ver si arrancan, y de profesión, la menos apropiada para ellos: vendedores de artículos de broma. Sam es el que se cree líder y adquiere un tono paternalista sobre Jonathan, eternamente deprimido y bastante llorón. Viven en dos cuartuchos de un hostal tan triste y deprimente como todo lo demás.

Creo que deprimente es la palabra clave aquí.

La película es, en realidad, un montón de secuencias inconexas. Cada secuencia tiene lugar mediante un plano fijo, grabado desde cierta distancia. Podríamos pensar que no pasa nada porque la cámara no se mueva si los personajes aportan el movimiento. Pero no: los personajes son estáticos, de miradas vacuas y perdidas, y cuando se mueven casi parece que son los muebles los que se desplazan. Los decorados son marrones, vacíos, demasiado grandes para las almas y los muebles que contienen, sin ninguna decoración, con la pintura desconchándose en las paredes. Los diálogos son escasos, inconexos, repetitivos —si vuelvo a oír a alguien decir «pues me alegro de que te vaya bien», le pego un tiro—, en ocasiones monólogos recitados a cámara, otras veces recitados a otras personas que están ahí pero no escuchan.

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia fue la ganadora del León de Oro a la mejor película en el pasado festival de Venecia. Ahá. Y además forma parte de una trilogía, que desde ya os comento que no voy a ver, pero si tenéis curiosidad, además de ésta la conforman Canciones del segundo piso (2000) y La comedia de la vida (2007).

Por no decir que todo me pareció absurdo y surrealista y que espero que en algún momento se me encienda la bombilla, me gustaron las tres escenas iniciales, tituladas «tres encuentros con la muerte». Una forma muy sueca de reflejar el refrán «el muerto al hoyo y el vivo al pollo», con ciertos tintes de humor negro que hacían presagiar que la película sería aceptable, algo que terminó en el momento en que apareció la parejitas de la que os hablaba antes.

Voy a terminar diciendo algo: una sala llena de gente que va a ver una película sueca infumable, es una sala llena de gente muy respetuosa con el cine, capaz de aguantar 101 minutos sin una tos, un bostezo  y sin que se produjera ni un abandono. Y eso ha sido lo mejor de la película.

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