El tercer hombre (1949)

Me gusta mucho el cine viejuno. Viejuno es un término muy feo. Me gusta más decir clásico, pero si atiendo a lo que dice la RAE respecto a esa palabra: «Se dice del período de tiempo de mayor plenitud de una cultura, de una civilización, etc.», me da la impresión de que cualquier tiempo de plenitud ya pasó. Y no creo que eso sea así. El problema es que ahora no hay filtro. «no-filter», como diría Joaquín Reyes. Lo que quiero decir es que no tenemos conocimiento de muchas películas antiguas —salvo que nos dediquemos a investigar por curiosidad, hobby o cuestiones profesionales—, y es por eso que las que vemos nos parecen buenas, porque el tiempo ya se ha encargado de hacer un filtro previo. 

Si os gusta la teoría, podéis adueñaros de ella. Tampoco creo que sea la primera a quien se le ocurre. El tiempo me dará la razón y Tarantino y Anderson, entre otros, serán el cine viejuno del futuro.

Así que, sin más rollo, que ya he soltado bastante, vamos con la película de hoy. Viejuna, sí. Y en blanco y negro. Salid corriendo. Allá vosotros.

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Comienzos de la Guerra Fría, en Viena, 1947. El norteamericano Holly Martins, un mediocre escritor de novelas del Oeste, llega a la capital austríaca cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los estados aliados de la II Guerra Mundial. Holly va a visitar a Harry Lime, un amigo de la infancia que le ha prometido trabajo. Pero su llegada coincide con el entierro de Harry, que ha muerto atropellado por un coche en plena calle. El jefe de la policía militar británica le hace saber a Martins que Lime estaba gravemente implicado en el mercado negro. Pero a Martins no le cuadra un detalle: todos dicen haber visto a dos hombres en el lugar del atropello intentando ayudar a Lime, pero un testigo asegura haber visto a un tercer hombre… 

Podéis saltaros toda la película. Id directamente a la escena de la persecución en las cloacas de Viena. Bueno, a lo mejor exagero un poco. Deberíais ver también lo anterior para saber por qué hay una persecución. Pero, de verdad, la escena final es genial. Podría verla en bucle. Lo digo en serio. También puedo escuchar música en bucle y leer libros en bucle.

Tenemos una Viena que podría haber sido casi cualquier otra ciudad, porque en esta época se llevaban los decorados y pasamos un buen rato dentro de una comisaría, dentro de un apartamento de lujo, de otro más cutre o de un bar. Es una Viena que agobia un poco, porque están las cuatro facciones ocupando cada una una sección y hay que ir con el pasaporte todo el rato en la mano. Los austríacos están hasta las narices, se les nota en la cara.

El tercer hombre es cine negro. Con muertos que no se sabe de dónde salen, un héroe-truhán que no inspira demasiada confianza —Joseph Cotten no es Bogart, está claro, pero hace lo que puede—, una damisela fatal en apuros, aunque nunca llegamos a saber por qué, polis con pinta de tipos duros y personajes de la más baja calaña que ponen más muecas cuando quieren parecer sinceros que cuando quieren mentir… Vamos, con un guión de la época, estructurado en escenas cortas y con muchos saltos, que es algo que me llama la atención, porque en las actuales también hay saltos temporales y sin embargo parece todo más fluido, pero en las películas antiguas da la impresión de que el engranaje no ajusta todo lo bien que debiera. Es parte del disfrute. Dejémoslo así.

El final de la película lo chafan todos los carteles. Desde el primer momento sabes qué va a pasar, quién es quién… no sé si el problema es que en la generación actual estamos más espabilados —lo dudo— o que ya estamos más pasados de vueltas, hemos visto muchísimas más películas y es difícil pillarnos con un guión como éste. Pero no importa, está lo suficientemente bien dirigida para que podamos disfrutarla sin preocuparnos por si va a haber o no un golpe final. Y es mejor así, me relajo más.

Como no todo puede ser estupendo, uno de los puntos débiles para mi ha sido la banda sonora, a cargo de Anton Karas. La melodía es conocidísima y el problema no es que no me guste, no. El problema es que a alguien se le ocurrió que una banda sonora con aires mediterráneos —yo apuesto por griegos, mi pareja por italianos; gano yo, por supuesto— era lo más adecuado para ambientar la Viena de postguerra. Pues no, señores, no. No pega ni con cola. Qué desperdicio de música que podría haberse empleado en otro sitio sin provocar esa extraña sensación de que algo no encaja, momento en el que el cerebro se pone a dos mil revoluciones, empieza a analizar cada detalle, tienes que parar la cinta, rebobinar —¿Se dice rebobinar cuando el formato es digital?— volver a avanzar… hasta que se enciende la bombilla: ¿qué es esa mierda de música? Pues eso. Pero no es una mierda, que conste. Es maravillosa. En otra película.

Pues nada. Ved más clásicos. No busquéis clásicos. Ved aquellos de los que habéis oído algo interesante y las probabilidades de que os gusten serán altas. O no. Pero que en general, sí.

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