La noche de los muertos vivientes (1968)

Mi mundo se acaba —soy exagerado por naturaleza— cuando me doy cuenta de que yo no había visto nunca La noche de los muertos vivientes. Y ha tenido que fallecer George A. Romero para que yo me dé cuenta. Ahora que lo pienso, mi error es aún mayor, porque tampoco he visto la segunda película de la saga, que aquí se llamó Zombi. Vamos, que solo he visto aquellas que se estrenaron después de mi nacimiento. Así le va a mi cultura cinematográfica. Lamentable.

Menos mal que existe el DVD.

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Las radiaciones procedentes de un satélite provocan un fenómeno terrorífico: los muertos salen de sus tumbas y atacan a los hombres para alimentarse. La acción comienza en un cementerio de Pennsylvania, donde Barbara, después de ser atacada por un muerto viviente, huye hacia una granja. Allí también se ha refugiado Ben. Ambos construirán barricadas para defenderse de una multitud de despiadados zombies que sólo pueden ser vencidos con un golpe en la cabeza.

Vamos a aclarar una cosa: A George A. Romero se le ha llamado siempre el padre de los zombies, pero tampoco es así la cosa: la primera película de zombis data de 1932. Él mismo admitió que su concepción de estos seres que pasan de quedarse muertos para ser no-muertos que se levantan de sus tumbas y dedican el tiempo a molestar al personal y, de paso, comerse sus cerebros y otras vísceras, viene muy influenciada por otras obras anteriores, como los «vampiros» de Matheson en Soy Leyenda.

Lo que sí podemos agradecerle es que creara una serie de normas fundacionales —a la manera en que lo hizo Asimov con la robótica— a las que se mantuvo más o menos fiel a lo largo de toda la saga. Normas que, hasta la llegada de 28 días después de Boyle, con sus zombis  rápidos, otros cineastas respetaron. Tal vez el único fallo fue incluir una supuesta radiación interplanetaria como causa probable de la infección zombi cuando, en verdad, no hace falta justificarla de ningún modo.

La noche de los muertos vivientes me parece una película brillante por muchos motivos. El primero, y tal vez el más importante, es que Romero no tenía demasiado dinero para hacerla —nunca llegó a hacer películas de gran presupuesto—, y eso obliga a tirar de imaginación y recursos porque no puedes hacer todo lo que quieres. Así, salvo el principio y el final, toda la trama tiene lugar en el interior de una casa rural, con lo que se libra de tener que rodar grandes escenas de acción. Memorable resulta el discurso de Ben —único actor afroamericano que tendrá el papel más relevante—, explicando cómo ha llegado a la casa. Ver en imágenes sus aventuras hubiera resultado impresionante pero a la vez costoso, con lo que el espectador tendrá que imaginar el horror. Y en este género, la imaginación es mucho más terrible que la realidad.

El otro punto destacable de Romero es que nunca, al menos en la trilogía original, ha hecho gore por el gore, algo que sí podremos criticar de la mayoría de las películas de género de las dos últimas décadas. Si algo podemos destacar de la ciencia ficción, el terror o la fantasía, es su capacidad de trasladar a territorios menos intimidantes que el mundo real las críticas a la sociedad. Y así, Romero construyó tres películas, rodadas en la década de los sesenta, los setenta y los ochenta (1968, 1978 y 1985, para ser más exactos), que reflejan buena parte de las inquietudes de su tiempo. En La noche de los muertos vivientes asistimos a una radicalización de la mente humana en situaciones de tensión, donde cada personaje opta por bloquear al mundo y encerrarse en si mismo, o bien por actuar como un líder o como un cobarde. El ser humano se reduce, pieza a pieza, a sus aspectos más animales y a duras penas consigue que aquello que le distingue, su capacidad de razonar, le mantenga en una posición destacada.

Es tal vez una característica común de las películas de zombis: puedes correr, atacar o esconderte; en el fondo da todo lo mismo porque el final es indiscutible, aunque no se muestre. Ganarás un día, un mes, un año o una década, pero tu destino es acabar consumido por la horda de muertos vivientes. Visto así, las películas de Romero son, en si mismas, bastante deprimentes, pero al tiempo deja entrever momentos de brillantez humana que hacen que el Carpe Diem tenga más importancia, que el momento sea superior a la visión en conjunto del camino.

Por otro lado, tampoco es casualidad que Romero haya escogido al actor afroamericano como el héroe de la película: deja claro su ataque al racismo, del mismo modo que en su tercera película de la saga, El día de los muertos, será una mujer, la única del reparto, la encargada de tomar las riendas de la situación. Pocas cosas hay hechas al azar.

Para aquellos que teman enfrentarse a una película gore, podéis estar tranquilos: el nivel de asquerosidad es muy, muy, reducido. De hecho, los zombis ni siquiera van maquillados, tan solo se mueven con gestos que tienen algo de cómico. Nuevamente la falta de presupuesto hace mella, y aún no contaba con la experiencia bélica de Tom Savini, que se incorporará en la tercera película de zombis. ¿Da miedo? Según nuestros estándares actuales, yo diría que no —cada persona tiene una sensibilidad única para estas cosas—. Lo que hace de ella una película de culto y que mantiene hasta cierto punto frescura no es su parte técnica o estética, sino toda la carga social y crítica que encierra el guión.

Total, que ahora tengo que ver Zombi porque mi vida no estará completa si no lo hago. Otra a la lista de pendientes.

¿Has visto La noche de los muertos vivientes? ¿Qué te pareció? ¿Tienes alguna película de este género favorita (admito también películas de infectados)? Tienes los comentarios a tu disposición. 

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