Fe de etarras (2017)

Es 12 de octubre, día de la hispanidad, y Netflix aprovecha para estrenar Fe de etarras. Con un poco de mala leche. Con una campaña polémica que ha precedido al estreno y que ha sacado lo peor de aquellos que creen que la libertad de expresión es algo cuestionable. No lo es. Puede ser ofensiva (yo no lo veo en este caso, pero qué voy a decir yo, si soy vasco y, por tanto, según algunos, terrorista per se).

fe de etarras, borja cobeaga, acabo de salir del cine, publicidad

Pero vamos, que si aquí veis algo terrible, entonces es que no os ha pasado lo que a mí: crecí viendo Vaya semanita.

fe de etarras, borja cobeaga, acabo de salir del cine, poster

La historia transcurre en el cálido verano de 2010 en una pequeña capital de provincias española. Un peculiar y disfuncional comando de ETA -formado por un veterano que está deseando demostrar que no es un cobarde (Javier Cámara), una pareja cuyo compromiso depende de la continuidad de la banda (Miren Ibarguren y Gorka Otxoa) y un manchego que cree que entrar en el comando le hará sentir como si fuera Chuck Norris (Julián López)- se atrinchera en un piso a la espera de recibir una llamada, que parece que nunca llega, para pasar a la acción. Mientras tanto, la selección española de fútbol va avanzando triunfalmente en el Mundial de Sudáfrica y todo el mundo lo celebra a su alrededor…

Es curioso, porque he visto dos películas de Cobeaga en  la misma semana: hace unos días me molesté en ver Pagafantas (2009) por la única razón de que estaba grabada en mi ciudad. Ni entrada haré sobre ella, porque pasamos el tiempo que duró diciendo «¡Mira! ¡Es la calle X!» «¡Sí! y allí está la estatua de Y». Así todo el rato.

Vamos a lo de hoy. Yo esperaba más. Mucho más. Esperaba mala hostia a raudales, chistes negros negrísimos que superaran con saña la línea que bordea el humor de lo grosero y ofensivo. Esperaba tener que taparme la boca del susto al oír ciertas cosas, pero no ha sido así. Fe de etarras es ácida, sí, hiere en el punto exacto a fuerza de usar de forma muy inteligente el lenguaje, que es ley de vida para la política de hoy. Pero, como he dicho, he crecido viendo Vaya semanita, y no se dice nada que no estuviera dicho ya. No ha habido sorpresa por esa parte, como supongo que sí la habrán sufrido quienes no tenían referencias previas. Aunque, ¿es posible no tenerlas? ¿Con el maldito bombardeo que sufrimos con Ocho apellidos vascos, coguionizada por Cobeaga? Todo aquello que toca tiene cierto aire próximo, acogedor dentro del cinismo.

Al margen de mi impresión, que es muy personal, como no puede ser de otra forma, Fe de etarras es una comedia muy inteligente que habla sobre cómo nos aferramos a las costumbres sin pensar en ellas, sobre la obsolescencia de algunas actitudes (acaso ETA no debió ser obsoleta desde el minuto cero). La película ofrece más que una serie de gags engarzados, lo que es de agradecer, dándole a la historia un final cortante pero acertado. Habla de que los discursos grandilocuentes nunca deben ser aceptados tal cual, de que hay que cuestionarse todo cuanto más dogmático parece. Pero también habla de las dudas, de los tiempos muertos, de los silencios, de las esperas. Todo esto escondido entre chistes sobre lo mal que está el Trivial o cómo los foráneos quieren convertirse en etarras (y no puedo dejar de pensar en Kutxidazu Bidea, Isabel, novela en la que un joven iba a vivir a un caserío para convertirse en «vasco», es decir: para aprender el euskera en condiciones) porque mola mucho.

De fondo, el mundial del beso entre Casillas y Carbonero. El fútbol, que ensalza el patriotismo hasta cotas inimaginables (también para lo malo, también). Cuatro actores que dan la talla. Me ha gustado en especial Javier Cámara, algo creo que natural, el más serio, el más afligido, el que más ha sufrido. Julián López aprovecha su experiencia en programas como Muchachada Nui para quedarse con los mejores chistes, mientras que Gorka Otxoa y Miren Ibarguren son los jóvenes que actúan más de oídas que porque sepan en realidad lo que están haciendo (a mí me sobra la relación entre ambos).

Los guionistas saben hacer algo complicado: humanizan a los etarras, los convierten en personas, en lago más que máquinas de matar, que es como se les ve, pero al mismo tiempo se burlan de ellos, los ridiculizan, a ellos y a sus acciones. Y hace falta inteligencia para lograr ese equilibrio. Los etarras aparecen así como unos héroes en horas bajas, que ya no encajan en el mundo que les rodea, donde el balón acapara más miradas que cualquier acción que ellos puedan emprender.

¿Habéis visto Fe de etarras más allá de sus polémicas? ¿Qué os ha parecido? Tenéis los comentarios a vuestra disposición. 

Deja un comentario