Fast Food Nation (2006)

Cuando solo recuerdas un precedente de un director, como es el caso de Boyhood, te sucede que tienes la impresión de que hace siempre lo mismo: falso documental.

Luego revisas un poco su trabajo, ves que también ha dirigido School of Rock, y cambias de opinión: qué pena que no ha rodado solo falsos documentales.

Algo así.

Fast Food Nation, richard Linklater, poster
Don Henderson, un ejecutivo de una importante cadena de restaurantes de comida rápida de California, tiene que resolver un grave problema: averiguar cómo y por qué la carne de las hamburguesas más famosas de la empresa está contaminada. Abandona entonces su cómodo despacho para adentrarse en el mundo de los mataderos. Adaptación del libro de Eric Schlosser, que estuvo entre los best-sellers de las listas del New York Times.

Fast Food Nation no es un peliculón, pero es un buen puñetazo en el estómago, porque no se deja un títere con cabeza. No hablamos solo del aspecto alimenticio del que parte la película: han encontrado restos fecales en un control rutinario y un directivo de rango medio tiene que descubrir qué ha fallado en el proceso de producción.

A grandes rasgos, podemos decir, como se prevé desde un principio, que ha fallado todo lo humanamente posible. Y digo humanamente porque no falla la tecnología ni la materia prima: falla la ética. Esta película muestra una falta tan grande de moral a tantos niveles que es abrumador abordarlos todos. Todo el mundo sabe lo que pasa, pero o no le importa o hace como que no lo ve.

Además de la parte alimentaria (no creo que sea una película apta para vegetarianos aunque, por otro lado, así verían apoyadas sus teorías), también se trata a fondo la cuestión del movimiento migratorio desde México a los Estados Unidos. Mano de obra barata o gratis que lo sacrifica todo —su trabajo, su esfuerzo, su dignidad, su cuerpo y también su vida) por encontrar un espacio en el país del bienestar donde todo es posible.

En términos cinematográficos Fast Food Nation es una película correcta pero que tampoco brilla en ningún aspecto concreto. Vale más por su fondo que por su forma. Eso no significa que sea mala. Tiene un elenco de actores conocido —algo que impulsa su efecto y la saca de una esfera totalmente independiente, contando con gente como Ethan Hawke o Bruce Willis— que actúa con corrección, en especial los tres vértices del triángulo: Kinnear, un ejecutivo que busca la verdad pero que acabará aplastado por ella; Ashley Johnson, la joven que deja de trabajar en un establecimiento de comida rápida para convertirse en una activista en contra de la industria carnita, con muy poca fortuna y aportando algunas de las escenas más ridículas y absurdas; y la hispana Catalina Sandino, que es quien más destaca como inmigrante que trata de mantenerse fiel a su moral en un país que no hace más que engañarla y ponerle trabas.

En resumen, es una película interesante, necesaria tal vez para algunos, aunque a otros no nos descubra demasiado.

Recientemente he leído un artículo que comentaba que, tras las críticas recibidas por la baja calidad de su comida y el alto contenido en sustancias poco beneficiosas para la salud, varias cadenas de alimentación rápida optaron por incluir en su carta opciones más saludables y bajas en grasa. ¿El resultado? Las ventas fueron casi nulas. El cliente sabe lo que quiere y sabe lo que le están vendiendo. No nos hagamos ahora los indignados.

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