El diablo sobre ruedas (1971)

Os habíais creído que por fin no tendríais que leer nada más sobre el escritor de fantasía y terror Richard Matheson. Estáis totalmente equivocados. Aún quedan muchas adaptaciones de sus obras por revisar. Vale, voy a un ritmo de una al año, pero y qué.

1972 El diablo sobre ruedas (esp) 01

Cuando David intenta adelantar a un camión cisterna no se imagina que el conductor se lo tomará como una ofensa personal. A partir de ese momento, el diabólico camionero someterá a David a una persecución mortal…

Hay varias cosas a tener en cuenta. En primer lugar, hablamos de una adaptación no de una novela, sino de un relato corto de Richard Matheson. Parecerá intrascendente, pero no lo es: la película, a pesar de sus ochenta y seis minutos de duración, se hace larga. Bastante larga. No insoportablemente larga, pero larga. La historia, a fin de cuentas, es más bien sencilla: un hombre adelanta a un camión y su conductor parece no tomárselo bien, por lo que comienza a acosarle hasta que… no voy a escribirlo, pero a tenor de los primeros veinte minutos —y del increíble destripe del cartel de la película— es posible imaginar cómo va a terminar la cosa. Bueno, no al cien por cien, porque hay un breve giro inesperado al final, pero no difiere mucho de lo previsible.

En segundo lugar: Sí, el director es Steven Spielberg. Cuando aún no era famoso, pero sí prometedor. De hecho, es su segundo largometraje como director—el tercero si incluimos un capítulo/telefilme de la serie Colombo, cosa que yo obviaré—, tras un par de cortometrajes y tres capítulos de para series de televisión. De hecho, al igual que sucedió con el otro largometraje, Galería Nocturna, El diablo sobre ruedas se concibió como una película para distribución directa en la televisión, pero su éxito llevó a que finalmente se estrenara en cines.

El diablo sobre ruedas es, sobre todo, una película de ingenio. Aunque se defina como película de terror, es más bien de suspense, con la tensión más o menos lograda a lo largo del metraje. Pero sí es cierto que, dada la escasez de medios, Spielberg supo utilizar a su favor cada recurso visual posible para crear esa imagen terrible de un vehículo sin conductor —al menos sin uno al que se le vean más que los pies— que acosa y derriba a cualquiera que interfiera en sus planes. Así, en ese paisaje terroso y escaso de vegetación, un camión Peterbilt 281 oxidado, ocre, que cubre su guardabarros con las matrículas de los coches que, supuestamente, ha arrasado por el camino.

Del otro lado un Pymouth Valiant Signet de color rojo, un coche que abandona su hábitat en la ciudad para sumergirse en un paraje en el que destaca, no solo por su color, sino por la ausencia de pericia del conductor, hombre que nos trae lo peor de la película, una voz en off que apenas aparece un par de escenas y que es del todo innecesaria, porque al espectador le queda claro su nerviosismo, su ansiedad, su falta de pericia social al tratar con terceros que, llegado el caso, podrían haber resultado en salvadores.

Es una película muy visual, con falta de diálogos durante buena parte del metraje, que se basa en la acertada visión de Spielberg a la hora de planificar la estructura, los momentos de tensión y la técnica. Está claro que hay una falta de medios y que la película tiene ese fuerte aire a los setenta que, como muchas películas de esa década, no ha conseguido quitarse de encima y le da un aspecto envejecido, pero aún así su brillantez merece que se le otorgue una oportunidad.

 

 

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