Easy Rider (1969)

¿Cómo es que nadie me ha obligado hasta ahora a ver esta película? ¿Me estáis castigando por algo? Que yo la tenía apuntada, que conste, pero nadie me había advertido que la tenía que ver la primera, antes, mucho antes de lo que lo he hecho, a mis taitantos. ¡Qué mal!

Easy Rider, cartel, acabo de salir del cine

Después de vender cocaína a un hombre de Los Ángeles, Billy y Wiatt (alias Capitán América), dos jóvenes motoristas de Los Ángeles, emprenden un viaje hacia Nueva Orleáns cruzando todo el país con la intención de descubrir América. Por el camino  se van encontrando con personajes de lo más estrafalario, entre ellos un ranchero y su familia, o un autoestopista de una comuna hippie, antes de ser arrestados en un pueblecito por parar sin un permiso. Su compañero de celda, un abogado borracho, les hace un gran favor sacándoles de la cárcel y luego decide unirse a ellos.

Se estrena Easy Rider el mismo año en que fallece Jack Kerouac. No creo que sea casualidad, porque la obra del escritor beat es una declaración de intenciones que Dennis Hopper y Peter Fonda recogen en la película, desde esos recorridos interminables por carreteras aisladas de todo a esa incapacidad manifiesta de asentar el culo en un lugar, buscando vete tú  a saber qué, porque, si no eres capaz de definir tu objetivo, ¿cómo narices vas a conseguirlo?

Antes de nada: la película ha envejecido horrorosamente mal. Yo diría que se grabó ya horrorosamente mal. O bien, pero según los estándares de la época, que están entre la cutrez y el horterismo más macarra visto desde una perspectiva actual. No hay nada más chocante que esos cambios de plano en los que la escena pasada y la nueva se intercalan durante unos segundos —antes se innovaba mucho en eso de las cortinillas y, por suerte, ahora no—. No hay uniformidad alguna en la imagen: a veces es nítida, casi extraída de un documental y otras es borrosa y tienes que limpiarte las gafas primero y la pantalla del televisor después, a ver si es que se ha depositado algo de grasa. Y qué vamos a decir del color. Aún tengo grabado en la retina ese anochecer de color fucsia fosforito con matices morados al fondo. Muy natural todo.

Pero claro, es que Hooper no llegó a escribir un guión en condiciones. Un par de notas en alguna servilleta sucia a lo sumo. La idea la tenía clara y guardada en su cabeza. Una cabeza constantemente asediada por el efecto de toda la mierda —léase droga— que se metía en esa época. Porque, seamos claros: todo el reparto está pasadísimo todo el rato. Todos. Todo el metraje. De principio a fin. De Hopper se dice que está muy natural. De Fonda que hace un gran papel. Mentira. El único que destaca es Jack Nicholson —qué joven, qué pelo, si hasta tiene un polvazo y todo si no fuera porque de vez en cuando pone esa cara de loco que te hiela los nervios—, que aparenta hacer un esfuerzo por actuar. Lo que no quita que, con toda seguridad, también esté pasado. Pero donde hay talento, hay talento.

Vale. Llegados a este punto, os estaréis preguntando: si no hay guión, la calidad visual no es buena e iban todos pasadísimos, ¿a qué viene tanta emoción con Easy Rider?

Para empezar: la banda sonora. No tienes alma si no vibras al son de Born to be wild. Vale, exagero, puede que no te guste. Debería gustarte, pero lo respeto. Pero eres un poco raro, que lo sepas ;).

Lo segundo: es un reflejo de una sociedad en cambio, un poco perdida, de un movimiento hippie que, a pesar de sus cantos a la libertad, vive escondido en un terreno donde reza al dios del agua para que crezca algo en una tierra que escupe polvo. Es además una ruptura con el cine encorsetado que se hacía hasta ese momento y que abrió paso a directores como Kubrick, Spielberg o Lucas y a actores de la talla de Pacino, De Niro o el propio Nicholson. Se habla de rebeldía y suenan ecos del malogrado James Dean, con quien Hopper compartía, al parecer, bañeras de ron. Se empezaron a tratar temas que hasta ese momento se habían censurado, como las drogas —la primera escena, sin ir más lejos, es un primer plano de los dos protagonistas metiéndose una raya—, aunque para el sexo aún había —y sigue habiendo, como bien os comenté aquí— un puritanismo atronador: un solo desnudo en una película donde se supone que se transpira sexualidad por todas partes. Tal vez Easy Rider fue para las drogas lo que Bonnie and Clyde para la violencia en pantalla. Es un delirio alucinógeno, una joya que brilla por el contenido y desluce por el continente, pero que no se puede imaginar bien rodada sin que pierda su esencia.

Es una película sobre la libertad, la que quieren todos los individuos pero que en realidad temen y que, lejos de alegrarse cuando alguien en su entorno la vive, les llena de odio y rencor hacia esa persona. No nos engañemos: Easy Rider es una quimera, porque no hay libertad alguna en la película que vemos, en la época que retrata, pero los protagonistas quieren pensar que sí mientras huyen hacia delante de forma continua sin darse cuenta de que lo importante lo han dejado ya atrás.

Y por último, como colofón a todo esto, el final. El final es brutal, magnífico y lo mejor sin duda de toda la película. No lo voy a contar, por supuesto, en el improbable caso de que no hayáis visto la película (tengo la impresión de ser el último en sumarme a la fiesta), pero no os preocupéis, que la distribuidora española ya se encargó de joder el tema con la lapidante frase que añadió al cartel promocional.

¿Os he convencido? ¿Sí? Dejad lo que estéis haciendo y vedla. Id corriendo, no tardéis años como yo.

Por cierto, sobre esta película (y sobre todas las que vinieron después gracias al camino que abrió), Peter Biskind escribió el libro Moteros tranquilos, toros salvajes que tengo por  ahí en alguna parte pero aún no he leído. Me han comentado en redes que estoy tardando. ¿Me lo recomendáis?

51hQfPc26OL._SX317_BO1,204,203,200_índiceY como seguro que me lleváis una delantera increíble, ¿Qué os pareció esta película? ¿Es tan icónica como nos hacen creer? Tenéis los comentarios abiertos para lo que queráis.

Un comentario en “Easy Rider (1969)

  1. Es que “Easy rider” no es una película, es un hito. Fue un antes y un después. 1969. En estos tiempos tan propensos al adanismo saber que otros saben que hubo un antes reconforta. No importaba la técnica ni la interpretación ni fundidos ni hostias, si Fonda, Hooper, Nicholson y compañía vestían así, tenían esos pelos, cabalgaban esas motazas (no vistas por aquí), con esa música entre celestial y demoniaca (ahora clásicos, qué cosas) ante la incomprensión de un mundo cerrado y hostil (no sabes lo que había por estos lares) ¿qué más quieres? estaba Vietnam y, y, y, y (aquí estaba Franco). Eso, más que una película. Pues claro.

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