El castillo en el cielo (1986)

¿De dónde viene la obsesión de Miyazaki con los castillos? Hay quien dice que de sus viajes por Europa. No en vano, la ambientación de sus películas es más europea que  asiática, a decir verdad.

En fin, me arriesgo de nuevo con la tercera entrega del #RetoMiyazaki, más feliz que una perdiz porque cada vez que veo una película suya, duermo de un tirón.

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Una aeronave se desliza sobre un mar de nubes, en una noche de luna llena. Muska, un agente secreto del gobierno, acompaña a una chica llamada Sheeta a la fortaleza de Tedis. Repentinamente la nave es atacada por los piratas que, al igual que el gobierno, buscan el secreto de la piedra mágica de levitación que Sheeta lleva alrededor del cuello. La piedra es la llave que abrirá las puertas de La Fortaleza celeste, una isla flotante en medio del cielo creada por una misteriosa raza que hace mucho tiempo desapareció del planeta. Pazu, un joven muchacho, se hace amigo de Sheeta, le ayuda a escapar de sus seguidores y juntos se disponen a resolver el misterio de la Fortaleza Celeste. Cuando Sheeta y Pazu inician su viaje hacia la Fortaleza Celeste, ponen en marcha una cadena de acontecimientos irreversibles. En este misteriosos lugar encontrarán un tesoro mucho más grande que el poder de gobernar el mundo.

(Unos argumentos tan cortos y otros tan extensos y confusos; menos mal que se trata de una película «infantil»).

Oficialmente, esta es, por fin, la primera película del Studio Ghibli. Nausicäa funcionó bien y dio el dinero suficiente para montar la productora de animación, así que todos contentos con la posibilidad de dar a luz a esta preciosa y mágica joya. Luego llegaría La tumba de las luciérnagas y entrarían ganas de suicidarse —eso tengo oído, al menos: hay tantos comentarios sobre lo deprimentemente, aunque hermosa, que es, que me da hasta miedo enfrentarme a ella—.

La película se llamó El castillo en el cielo porque en español se intentó obviar de todas las formas posibles que se titula «Laputa, el castillo en el cielo» debido a sus más que malsonantes connotaciones, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una película infantil. Pero no lo lograron del todo, ya que en la película aparece un plano donde LAPUTA aparece escrito en un cartel a gran tamaño. Y es que es Laputa el nombre de la isla voladora que lleva años oculta por las nubes, la que todos buscan o, más en concreto, su castillo, por los secretos que encierra. Y aquí de nuevo Miyazaki plantea con brillantez una historia de dos caras: la de los adultos que buscan tesoros y tecnología, frente a los niños que encuentran un tesoro más allá de lo material. Lo curioso es que, como espectador, la mente encuentra más vinculaciones con los segundos, con los que descubren con ojos inocentes los increíbles planos de la naturaleza que se ha abierto paso por encima de las construcciones legendarias.

De todas formas, el nombre no es casual, la idea la obtuvo de uno de Los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift en el que Gulliver encuentra una isla flotante con base de diamante llamada Laputa cuyos habitantes estaban interesados en el desarrollo científico y tecnológico. También hay quien dice que esta historia tiene mucho de La isla del tesoro, de Stevenson, entre otras cosas por la panda de piratas que persigue a los protagonistas durante la primera mitad.

Hasta el momento, es la historia en la que mejor recrea ese futuro indeterminado, lejano pero a la vez reconocible —por obra y magia de los elementos de steampunk que combinan con maestría la robótica más avanzada con el uso del carbón—, con más elementos diferentes que se mueven desde las profundidades de las minas hasta la cima de las montañas para subir más allá, al cielo en esos extraños artilugios que Miyazaki concibe con inusitada abundancia. Nos ofrece cielos soleados y terribles tornados que protegen la isla de miradas ajenas.

Se repiten, además de ese aprecio tan evidente por la conexión entre el hombre y la naturaleza, la presencia de una mujer como protagonista —aunque todavía a años luz de las «guerreras» que llegarían después, si bien más valiente y decidida que, por ejemplo las que aparecen en Lupin—, en una relación de iguales con el joven e idealista Pazu.

El mensaje que nos transmite Miyazaki —y no puedo dejar de pensar en cómo Pixar es un heredero directo de su trabajo— se ofrece en una doble vertiente: una fase divertida, llena de acción y humor, más destinada a un público más joven que quiere estar entretenido; y un mensaje que está más allá de lo evidente y que va dirigido a los adultos a quienes habla con claridad y sin ambigüedades.

La próxima película a repasar sería Mi vecino Totoro (ay, Totoro, qué enamorado me tienes ¿Os he dicho que tengo una mochila de Totoro y un joyero de Totoro?). Pero como esa ya ha aparecido en el blog, daremos el salto a la siguiente: Nicky, la aprendiz de bruja. 

Otras películas de Miyazaki en el blog:

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¿Os habéis animado a ver alguna de las películas de Miyazaki? ¿Cuál es vuestra favorita, de momento? Tenéis los comentarios a vuestra disposición. 

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